SOR JUANA INES DE LA CRUZ
(1648 - 1695)
permaneció en Palacio y después regresó a la vida de religiosa, esta vez en el convento de San Jerónimo, también una orden de clausura, pero más flexible que la anterior. El 24 de febrero de 1669 tomó los votos definitivos y se convirtió en Sor Juana Inés de la Cruz. Allí Sor Juana Inés de la Cruz escribió la mayor parte de su obra y alcanzó la madurez literaria, pues pudo compartir sus labores de contadora y archivista del convento con una profunda dedicación a sus estudios. Aunque le fue ofrecido el lugar de Abadesa del convento, Sor Juana lo rechazó en dos oportunidades.
Sor Juana se dio a conocer con prontitud, y desde entonces fue solicitada frecuentemente para escribir obras por encargo (décimas, sonetos, liras, rondillas, obras de teatro, etc.), entre las cuales destacó Neptuno Alegórico en 1689. Sus motivos variaron siempre de lo religioso a lo profano. En 1692 se hizo merecedora de dos premios del concurso universitario "Triunfo Parténico".
Su amor por la lectura le llevó a armar una colección bibliográfica de cuatro mil volúmenes que archivaba en su celda, que llegó a ser considerada la biblioteca más rica de Latinoamérica de su tiempo. Poseía además instrumentos musicales y de investigación científica, lo que pone en evidencia que su formación intelectual alcanzó las áreas de astronomía, matemática, música, artes plásticas, teología, filosofía, entre otras.
Sor Juana se dio a conocer con prontitud, y desde entonces fue solicitada frecuentemente para escribir obras por encargo (décimas, sonetos, liras, rondillas, obras de teatro, etc.), entre las cuales destacó Neptuno Alegórico en 1689. Sus motivos variaron siempre de lo religioso a lo profano. En 1692 se hizo merecedora de dos premios del concurso universitario "Triunfo Parténico".
Su amor por la lectura le llevó a armar una colección bibliográfica de cuatro mil volúmenes que archivaba en su celda, que llegó a ser considerada la biblioteca más rica de Latinoamérica de su tiempo. Poseía además instrumentos musicales y de investigación científica, lo que pone en evidencia que su formación intelectual alcanzó las áreas de astronomía, matemática, música, artes plásticas, teología, filosofía, entre otras.

Sor Juana Inés de la Cruz murió víctima de una epidemia mientras acudía a las hermanas en el convento el día 17 de abril de 1695. Fue inmortalizada con el nombre de la Décima Musa.
JULIANA GONZÁLEZ

Todos sabemos que Juliana González no se ha alejado nunca de los filósofos clásicos. Son especialmente importantes y valiosas sus investigaciones sobre Heráclito, Platón, Spinoza. Entre los modernos y contemporáneos, ha analizado a fondo a Nietzsche, a Heidegger, a Sartre, a Erich Fromm. En todos sus estudios existe una tendencia precisa: la del humanismo. Por lo demás, no ha dejado de prestar atención a los escritores –Dovstoyevski, Kafka, conocidos a fondo. Todo sin olvidar su afición por el arte y, en particular, su hermoso texto dedicado a la pintura de Remedios Varo.
De singular importancia en cuanto a al ética y a la praxis del libre albedrío es el libro Ética y libertad, publicado en 1989. Citemos una frase especialmente reveladora de este texto si queremos darnos cuenta de la intención filosófica de Juliana González:
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Heráclito es uno de sus preferidos |
La metáfora paradigmática de la unidad psíquica de la vida moral sigue siendo, así, la del ‘mito’ platónico del ‘carruaje alado’, unidad indisoluble de la conciencia con las fuerzas primigenias de la vida; unidad siempre en movimiento, siempre tensa, siempre en la alternativa de ‘ascenso’ o de ‘caída’.
Tensa, es decir, en constante lucha, en constante movimiento dialéctico, en continuado diá-logo del hombre con la naturaleza, del hombre con los demás hombres.
Esta actitud ética aparecía ya en un libro excepcional, publicado por Juliana González en 1986; me refiero a El malestar en la moral. En él se analiza con gran detalle y precisión el problema que Freud ha planteado para la ética. Sin olvidar determinismos, a veces demoledoramente reductivos, puede pensarse en Freud como el pensador a partir del cual se afirma cierta libertad, camino al que Juliana González llama un “humanismo integral”.
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